jueves, 1 de enero de 2015

La escalada es la nueva caza

 Todo lo que sé de caza lo he visto en Downton Abbey.  De escalada entiendo incluso menos, a pesar de resultar ésta una actividad altamente documentada en las redes y círculos sociales que frecuento. Es decir, que la más absoluta ignorancia es el punto de partida de mis opiniones al respecto, y no tengo intención de cambiar esta circunstancia. No obstante, determinados cruces iconográficos llaman poderosamente mi atención: el más vago análisis del legado visual de ambas disciplinas revela inmediatamente el hilo conductor que las vincula. 



Para mí existen dos tipos de actividades deportivas en lo que a su función social se refiere. En primer lugar encontramos el deporte pasivo-agresivo, la "catarsis del plebeyo", quien jamás intervendrá directamente en el campo de juego. El objetivo es infundir a sus consumidores un profundo sentimiento de pertenencia  y, en  individuos de capacidad crítica reducida, provocar e incluso dirigir el exceso de testosterona hacia guiones épicos predeterminados de mayor o menor  aceptación social ("pan y circo", 1984, etcétera). 

Quisiera hablarles hoy de un segundo tipo, aquél que yo he venido a llamar deporte- para- afirmar-el-estatus. Este tipo de performance transciende el acto deportivo en sí mismo en forma de todo tipo de representaciones autorreferenciales -desde simpáticos escaladores en Instagram a óleos de gran formato representando una jornada de caza en algún coto nobiliario-, dejando constancia de su objetivo fundamental: al margen de los beneficios cardiovasculares, se trata de un evento eminentemente social, ligado siempre a inconfundibles valores de sofisticación, estilo de vida, camaradería y destreza personal.  

Tanto en la caza como en la escalada, el sujeto se convierte en agente activo del evento, elevando moralmente su posición con respecto al mero espectador pasivo-agresivo. Este privilegio fue hasta hace relativamente poco exclusivo de la nobleza, al igual que lo eran los circuitos principales de producción artística. Se trataba de un juego snob que servía de excusa para favorecer las redes aristocráticas, remitiendo metafóricamente al acto bélico y la posición jerárquica de los participantes en el entramado social del reino. 

Con el paso de los siglos y la consabida democratización de la cultura visual y su público, la escalada se ha convertido en la metáfora de la clase media, casi siempre media-alta, a través de una clasificación social  actualizada: quién es el que llega más alto (no en vano la jerga laboral está llena de referencias a este deporte). La intención primigenia de proyectar una imagen en cierto modo exclusiva pasa hoy por llevar un estilo de vida saludable y revalorizar cuestiones como alejarse del mundanal ruido y el consumo masivo para crear un espacio privado de reflexión, quizá menos comunes en esta era, pero poco innovadoras en cualquiera de los casos.