Hay algo en los espacios discontinuos que proporciona más plenitud que todos los muros juntos. Lo mismo da Stonehenge que la columnata de San Pedro: es la misma libertad pautada que abruma a cualquiera que la transite. Los comisarios de Mathias Goeritz en el MNCARS han llamado a esto "arquitectura emocional".
Goeritz me cae bien porque dijo que "estaba harto" y lo firmó. Luego diseminó sus haches incendiarias por la prensa y las galerías del altiplano, sentando las bases de un hating que no era nuevo en concepto, pero sí en formato.
Y aunque sólo se hable de la herencia mexicana en lo que respecta a sus serpientes y pirámides, me gustaría recordar también los diseños para capillas abiertas (como la de Teposcolula), y especialmente su reinterpretación de los chalchihuites precolombinos. Una disposición sintáctica fácilmente reconocible pero difícilmente imitable. Sinceramente, bravo.
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