miércoles, 14 de diciembre de 2016

Ángel González, el fantasma de la Navidad pasada



21 de diciembre de 2014. Cecilia rompe a a llorar en el concierto de Navidad del MET, Bea esucha alguna de las conferencias sobre Malevich, emocionada, Miguel Ángel responde al teléfono tratando de contener las lágrimas. Los muros de facebook se inundan de elegías y agradecimiento. Ángel González ha muerto. 

Nunca llegué a conocer a Ángel González. Cuando por curso académico me correspondía como profesor, estaba huida en lo cielos de Florencia y Granada. Más tarde, al empezar a trabajar en la facultad, cruzamos alguna palabra en la cafetería, pero estaba ya enfermo, y muy cansado. Sin embargo, puedo ver como tocó la vida de mucha gente, historiadores del arte en su mayoría, y como llenó de orgullo y poesía nuestra profesión. 

Fue tras leer Roma en cuatro pasos cuando fundé este cuaderno de notas y bibelots. Cuando entendí el poder de lo fragmentario, de las ideas puras, de implicarse realmente con lo que se escribe y ajustarse a lo formatos sólo cuando a uno le da la puta gana. A ser un poco urraca y buscar en la pintura el reflejo del barniz, algún rayo de sol, una nariz simpática. Separar el ojo de la visión, exorcizarlo de nuestro ego e intelecto, que es lo mismo. Y, por fin, ser libres. 

No conocí a Ángel González, pero el ejercicio de libertad que fue su vida y su carrera es el mejor de lo ejemplos a seguir. La perfección de lo imperfecto, la belleza de la honestidad. Ayer, en nuestro homenaje particular, Eva exclamaba: "¡Ángel hizo siempre lo que le dio la gana!". No cometamos nosotros el error de no hacer lo mismo. Todavía estamos a tiempo. 

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