viernes, 24 de febrero de 2017

Kaffeeklatsch



Kaffeeklatsch  -literalmente, “café y cotilleos”, espacio de reunión de las mujeres a finales del siglo XIX- nace como propuesta de laboratorio para la celebración femenina. Un intento por registrar esa sensación de arrobamiento convocada en el estrado, el vestuario femenino, el grupo de Whatsapp con amigas, el gineceo. Esa corrala magistral donde se negocian, como diría Caitlin Moran, asuntos de la más absoluta magnitud: la estética y la ética, los embarazos no deseados, las ganas de follar, la depilación, la desigualdad, los sueños, la creación, la hermandad, el sarcasmo más absoluto como medicina ante toda injusticia, la menstruación, el arte que nos salva y que nos nutre, la salud, el amor. 

La idea de Kaffeeklatsch me asaltó el pasado verano cuando un grupo de investigadoras nos sentamos a hablar tras un congreso y levamos anclas del intelecto y del ego, de la marejada de olas feministas, de la necesidad de tener una posición absolutamente definida sobre la prostitución o Beyoncé. Y sí, nos inspiran Simone de Beauvoir y Virgine Despentes y Judith Butler, pero no queremos que la teoría estrangule nuestro mensaje, y a veces nos gusta también  volver a lo numinoso, a Safo, a Ntozake Shange, a Sylvia Plath y a Judy Chicago. Queremos desenmarañar y empezar por el principio, volver al origen, sentarnos en círculo y tomar nota de lo que cada una tenga que decir.

Kaffeeklatsch surge, pues, como un bálsamo que celebra lo femenino y busca explorarlo desde la raíz. Con lecturas compartidas, debates, conferencias, cinefórums y performances. Abierto a todo el que tenga algo que decir sobre este asunto en clave honesta y, por supuesto, creativa.   



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Johan Huizinga, en su célebre obra Homo Ludens, apeló firmemente al juego como semilla de toda manifestación cultural. "La cultura- decía-, primero se juega". La libertad de jugar, de no rentabilizar los resultados, he tenido la suerte de experimentarla dando clase de Historia del Arte en la universidad y sentándome entre los alumnos para escuchar lo que ellos tenían que decir. Desde entonces he estado investigando sobre posibles formas de invertir los procesos de aprendizaje, hacerlos más horizontales, exorcizar hasta donde nos dejen la estructura capitalista que al fin y al cabo subyace bajo el sistema de reconocimiento universitario (tanto para estudiantes como para investigadores).

Una de las vías a través de las cuales he explorado estas inquietudes ha sido el deseo de repensar una ética universitaria - y por extensión, global- que contemple lo femenino en todas y cada una de sus aristas, y lo celebre como el regalo terapéutico que representa. Después de seminarios, clases o "reuniones para reunirse", muchas mujeres -y algún hombre también- no quedábamos atrás de la curia papal y charlábamos "off the record" sobre temas que nos preocupaban con gran emergencia. Después nos empezamos a reunir de forma informal porque resulta que habíamos encontrado una fuente que no paraba de manar, y cada vez queríamos más. Definir implica, de alguna forma, limitar. Nosotros no sabíamos muy bien cual era nuestra posición teórica al respecto, a pesar de que habíamos leído mucho y bien, sólo buscábamos charlar, compartir, pero desde esa tábula rasa comenzaron a emerger ideas interesantísimas, así como diferentes proyectos creativos para ilustrarlas y fomentarlas.


Ana Amigo 
Febrero de 2017

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