Kaffeeklatsch
-literalmente, “café y cotilleos”, espacio de reunión de las mujeres a
finales del siglo XIX- nace como propuesta de laboratorio para la celebración
femenina. Un intento por registrar esa sensación de arrobamiento convocada en
el estrado, el vestuario femenino, el grupo de Whatsapp con amigas, el gineceo.
Esa corrala magistral donde se negocian, como diría Caitlin Moran, asuntos de
la más absoluta magnitud: la estética y la ética, los embarazos no deseados,
las ganas de follar, la depilación, la desigualdad, los sueños, la creación, la
hermandad, el sarcasmo más absoluto como medicina ante toda injusticia, la
menstruación, el arte que nos salva y que nos nutre, la salud, el amor.
La idea de Kaffeeklatsch me asaltó el pasado verano cuando
un grupo de investigadoras nos sentamos a hablar tras un congreso y levamos
anclas del intelecto y del ego, de la marejada de olas feministas, de la
necesidad de tener una posición absolutamente definida sobre la prostitución o
Beyoncé. Y sí, nos inspiran Simone de Beauvoir y Virgine Despentes y Judith
Butler, pero no queremos que la teoría estrangule nuestro mensaje, y a veces
nos gusta también volver a lo numinoso,
a Safo, a Ntozake Shange, a Sylvia Plath y a Judy Chicago. Queremos
desenmarañar y empezar por el principio, volver al origen, sentarnos en círculo
y tomar nota de lo que cada una tenga que decir.
Kaffeeklatsch surge, pues, como un bálsamo que celebra lo
femenino y busca explorarlo desde la raíz. Con lecturas compartidas, debates,
conferencias, cinefórums y performances. Abierto a todo el que tenga algo que
decir sobre este asunto en clave honesta y, por supuesto, creativa.
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Johan Huizinga, en su célebre obra Homo Ludens, apeló
firmemente al juego como semilla de toda manifestación cultural. "La
cultura- decía-, primero se juega". La libertad de jugar, de no
rentabilizar los resultados, he tenido la suerte de experimentarla dando clase
de Historia del Arte en la universidad y sentándome entre los alumnos para
escuchar lo que ellos tenían que decir. Desde entonces he estado investigando
sobre posibles formas de invertir los procesos de aprendizaje, hacerlos más
horizontales, exorcizar hasta donde nos dejen la estructura capitalista que al
fin y al cabo subyace bajo el sistema de reconocimiento universitario (tanto
para estudiantes como para investigadores).
Una de las vías a través de las cuales he explorado estas
inquietudes ha sido el deseo de repensar una ética universitaria - y por
extensión, global- que contemple lo femenino en todas y cada una de sus aristas,
y lo celebre como el regalo terapéutico que representa. Después de seminarios,
clases o "reuniones para reunirse", muchas mujeres -y algún hombre
también- no quedábamos atrás de la curia papal y charlábamos "off the
record" sobre temas que nos preocupaban con gran emergencia. Después nos
empezamos a reunir de forma informal porque resulta que habíamos encontrado una
fuente que no paraba de manar, y cada vez queríamos más. Definir implica, de
alguna forma, limitar. Nosotros no sabíamos muy bien cual era nuestra posición
teórica al respecto, a pesar de que habíamos leído mucho y bien, sólo
buscábamos charlar, compartir, pero desde esa tábula rasa comenzaron a emerger
ideas interesantísimas, así como diferentes proyectos creativos para
ilustrarlas y fomentarlas.
Ana Amigo
Febrero de 2017
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