miércoles, 24 de junio de 2015

Una historia conocida


Pepito se siente confiado, inteligente, sabe que es el caballo ganador. Se ajusta la corbata o se abotona su Fred Perry, en función de la parroquia. Juega nervioso con el botellín de agua, comprueba el micrófono. Sonríe mientras el viejo papanatas de su derecha dicta de memoria un listado de virtudes y publicaciones sonoras, agradece la generosa presentación. En el público, representantes de su departamento, compañeros de algún proyecto independiente, el editor de todos ellos y la puta madre que los parió. Palmaditas en la espalda. 

Pepito es bueno. Lo dice El País, y lo refrenda El Mundo, o viceversa*. No sé que es peor. Juega en casa y se lo sabe, pero hay mucha pomada en juego. Reproduce enérgicamente un discurso impoluto, correctísimo: ha citado a los grandes y a los más nuevos, habló de alguna Bienal desconocida y de Twitter, puso aquél vídeo tan gracioso de Youtube. Muy bien, Pepito. Ahora responde a los ruegos, sumergido en la euforia de haber terminado lo gordo, con mayor vigor si cabe, vomitando toda tu vehemencia. No has dicho nada. No has dicho nunca nada. Y no sé qué me da más miedo: el mero hecho de que existas o la inquietante sensación de verme reflejada en tí.



[*Le robo esta expresión a Fernando Castro, así como la noticia del Lladró que ilustra el post]

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